Salgo de mi letargo bloguero para dejar mi opinión y que conste y no se la lleve el viento.
Justin Trudeau, actual Primer Ministro canadiense, ha tenido que pedir disculpas porque se ha hecho pública una foto suya del año 2001 en la que sale disfrazado y pintado de negro y le han acusado de racista.
La foto es esta:
Mi opinión es: ¡FLIPO!
Dicho lo cual, voy a ver si me explico un poco más.
Los disfraces son eso, disfraces. Uno se disfraza de lo que no es. Si lo fuera, ya no estaría disfrazado. Un masai no se puede disfrazar de masai. Un nativo americano (antes conocidos como indios) no se puede disfrazar de indio. En todo caso, se podría disfrazar de Jerónimo, o de otro nativo americano, vistiendo como ellos vestían. Un mecánico no se puede disfrazar de mecánico porque es su uniforme de trabajo o un médico de ídem. Y si se pinta la cara de negro, marrón, amarillo o rosa, pues no deja de ser un disfraz.
De ahí a ser racista va un trecho largo.
¿Qué pasa con los cientos de Baltasares de las cabalgatas de Reyes que se pintan la cara? Porque ahora es más común encontrar personas negras en España, pero hace no tantos años no había… ¿Son todos racistas? Amosnomejodax.
¿Y cuántas veces nos hemos disfrazado de mujer o de hombre o de negro/a o de chino/a o de indio/a (de la India y de América)? ¿Somos todos una panda de racistas?
Este pasado verano participé en un taller con la gran Angélica Dass, brasileña afincada en Madrid, que os recomiendo mucho seguir, especialmente por su trabajo Humanae. El taller trataba de hacer un autorretrato. Lo importante del taller no era tanto descubrir nuestras habilidades pictóricas sino nuestro color de piel, nuestro verdadero «color carne». Ese color carne lo conseguíamos al combinar el rojo, el verde, el amarillo… el negro y el blanco, los colores a los que asociamos algunas de las tonalidades humanas. Todos, invariablemente, nos percibimos más claros de lo que en verdad somos. De hecho, una compañera austríaca descubrió con (mucha) sorpresa que era rosa. No blanca, ni rosada… rosa, como un cerdito. Nos reímos muchísimo y lo disfrutamos enormemente. Y no, no somos racistas.
Ya está bien.