Hace un par de días compartí un estupendo artículo sobre pérdida y dolor. Es de estos artículos que hay que leer y releer.
Rescato algunos párrafos que me parecen significativos:
El indicativo más claro de la madurez, tanto personal como también de una sociedad, es la capacidad de transitar por sus pérdidas, el saberse vulnerable y sostenerse en el dolor propio. Lo que indica precisamente el nivel de inmadurez al que asistimos a diario a nuestro alrededor, es su extraordinaria forma de tapar, distraer, encubrir o negar todo lo que signifique dolor.
Vale. Has tenido una pérdida, del tipo que sea. Puedes echártela a la espalda, lo que solemos hacer todos casi siempre… o puedes elegir enfrentarla y sentir su dolor en la intensidad que sea. Cuanto mayor es la pérdida, mayor es el dolor.
Tenemos la certeza de que las cosas serán como queremos. Cuando nos vamos dando cuenta de que no será así, primera pérdida, abandonamos la certeza por la esperanza de que así sea. Cuando la esperanza no es suficiente, segunda pérdida, luchamos, forzamos las cosas para que sean como queremos. Cuando somos conscientes de que ni así lograremos nuestros propósitos, tercera pérdida, comprendemos que el mundo no es como quisiéramos que fuera, ni los demás actúan como nos gustaría. Tres pérdidas, al menos, que no son dolidas hasta el final. Por eso, una crisis conlleva la caída amontonada de pérdidas anteriores.
Lo que viene siendo ese momento en el que la gota colma el vaso y no podemos más. Necesitamos hacer un alto en el camino, quizá dejar de reír una temporada… no pasa nada. Reconocer cuando sentimos ese vacío es un aprendizaje necesario y debemos ser conscientes de que nada, nada, nada es así -como lo estamos sintiendo en un instante preciso- para siempre. Nada duele igual por la mañana que por la tarde. Ni un día que al día siguiente. Ni un mes que al otro. Se siente diferente.
Una vez somos capaces de reconocer el dolor, la rabia, la tristeza, el resentimiento o la vergüenza, abre sus fauces un segundo sentimiento más profundo: el vacío. Ese es el que intentamos evitar a toda costa. Nos parece angustiosamente insoportable, cuando en realidad es el puente que necesitamos para lograr una auténtica catarsis emocional.
Dejarte mecer por tus propias emociones. Hay veces que no hay consuelo y debes saber que es así. Se pasa mal. Se pasa fatal. Se pasa peor. Es horroroso… pero al cabo de un tiempo… ves como ese dolor intenso, de pronto, duele menos… El vacío es para siempre, pero ya no lo tendrás en tu mente de manera permanente…
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