Suponiendo que nos pasamos el problema de la madre por el arco del triunfo, que nos importa un carajo si va a pasar casi un año de su vida con un alien en su cuerpo, que éste va a cambiar, que tendrá dificultades para moverse, que tiene que cuidar su alimentación, que quizá tendrá problemas en su trabajo, que parir duele, que las hormonas le darán guerra y, sobre todo, que son problemas que NO QUIERE TENER.
Por ejemplo, ¿quién adoptaría un niño con síndrome de Dawn?
¿No sería más fácil hacerlo al revés EVITANDO el embarazo?
Desde luego que sí, pero tienen ustedes que contentar a su masa social ultracatólica diciendo estas cosas de cuando en cuando… Luego se las dan de libegales… Yo flipo.
Eso que apuntas era lo que se hacía antaño. Lo hacían las familias pudientes y las menos pudientes. Dejaban a los niños que no querían en las puertas de las iglesias, en los tornos de las inclusas…
Ahora, cualquier persona decente, con cabeza y corazón, no haría éso. Si es inteligente y piensa en el futuro de un infante no deseado, por el motivo que sea, interrumpe el embarazo. Los de derechas antes se iban a Londres, Fraga podría escribir un libro al respecto de cuando fue embajador español en G.B. Ahora no van tan lejos, hay cientos de clínicas superplus en las que toman las medidas que estiman oportunas y que nunca me plantearía criticar, faltaría más.
Lo que sí critico es el cinismo, la doble vara de medir. Que este tío, que por cierto tiene cara de lo que es (y me juego algo a que tiene alitosis), venga a decir lo que dice es, como mínimo, UNA OBSCENIDAD.
Dejemos claro que la adopción jamás puede ser una alternativa al aborto. Ambas acciones son paliativas para males muy diferentes.
Pero es que además, cualquiera que conozca un poco cómo funciona el tema de las adopciones nacionales, sabe que la mayoría de familias adoptantes huyen de ellas por la cantidad de impedimentos, confusión e incluso vacíos legales que rigen su funcionamiento. Problemas que, si derivan en conflictos -cosa muy frecuente- quedarán en manos de la arbitrariedad del juez que toque en suerte -o desgracia-.