Es lunes, maldito lunes. El día cuyo único mérito es haberse sobrepuesto al domingo. Es lunes y es de noche. Podemos aflojarnos. Haber empezado la semana es mucho menos temible que estar por empezarla. Ya estamos en carrera. Desde mañana será cuestión de abandonarnos a la inercia que hace pasar los días como si fueran cuadros de una película que protagonizamos pero cuyo argumento escribe otro. Estamos cansadas.
Nos vamos a la cama. Casi todo es mecánico los lunes. Vestirnos, decir buen día, ocuparnos, desocuparnos, volver a casa, desvestirnos.
Pero entonces, cuando nos acostamos, las piernas se nos deslizan dóciles por las sábanas, descubriendo por ellas mismas el bienestar del roce.
El cuerpo encuentra su nido fresco y con perfume a limpio. Los lunes nos reservan ese premio inesperado, tan pequeño que si no estamos atentas puede ir a parar a la basura a la que arrojamos todo lo que nos pasa inadvertido. Las sábanas limpias están allí para decirnos, en su lenguaje de algodón, que somos crisálidas. Es un bautismo laico y mudo que recibe nuestro cuerpo y nos introduce a la religión de las que saben dejarse acariciar.
(Del libro «Perdonen nuestros placeres», de Sandra Russo.)
Ayer me tocó estrenar sábanas. Mmmmmmmmm.
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Ufffff, menos mal, ¡que peso me he quitado de encima!
Hay miles de pequeños placeres cotidianos, Rafa.
Fogars, ES viernes!!! Yupiiiiii!!!!!!
La felicidad reside en esas pequeñas cosas que por cotidianas resultan inadvertidas.
Por cierto, hubiera jurado que hoy era viernes (estoy fatal).
Creo que es verdad. Muchas veces, inmersos en nuestros problemones ( que no son para tanto9 dejamos pasar placeres tan simples y tan al alcance como un suave roce entre sábanas limpias.
Bonita y estimuladora esta entrada.
Salud y República