Una de las mejores cosas de pasar mucho tiempo con los niños es escucharles hablar.
Esas conversaciones que tienen cuando piensan que nadie les oye, despreocupadas, inocentes, que te apetecería apretar el botón de grabar ya (si no fuera porque para hacerlo tienes que sacar el móvil del bolso, buscar la aplicación correspondiente y darle al jodido botón).
Este verano hemos tenido unas cuantas conversaciones «de esas».
A T. le encanta hacer planes sobre su futuro. No sabe qué va a estudiar, pero sabe que quiere vivir en un casoplón moderno en Los Ángeles y tener un trabajo que le permita viajar, pero no por trabajo, sino por ocio (no sabe nada, el tío).
Está contándole a su hermana lo que va a hacer — «Quiero vivir en Estados Unidos, y no me voy a casar, porque no quiero tener hijos, pero sí voy a tener una novia…», hasta aquí bien.
«Porque, L., ¿tú qué vas a hacer? ¿te vas a casar? ¿o no quieres tener hijos?» — En ese momento, supe que tarde o temprano tendría que intervenir en la conversación, pero les dejé seguir.
L., muy digna, «T. no sé qué quiero hacer, ya lo pensaré, que ahora soy muy joven».
T: «Es que a mí me gustaría una novia para cogernos de la mano, para estar en casa y jugar juntos a los vídeojuegos, para ver vídeos de YouTube con ella… pero no casarme, porque no quiero tener hijos, así que no puedo hacer sexo»
L: «T, no sigas, que me está dando vergüenza ajena»
Aquí intervengo, ya no puedo más. ¿Vergüenza ajena por qué? Y, T, ¿qué tiene que ver casarse o no con tener hijos?
L. responde rápido: «Mamá, porque ya sé cómo va a seguir esto».
T. me dice, «bueno, pero si tienes sexo tienes hijos ¿no? Y en ese mismo momento, cuando ya iba a intervenir para a dar la clase magistral, dice L: «¡No! Puedes tener sexo y no tener hijos si te pones un tampón!!».
Carcajadas y dolor por no haberlo grabado. Fin de la conversación.