Nada ni nadie en este mundo te va a consolar. Hay veces que no hay consuelo.
Las pérdidas son así: crudas, implacables y, lo peor, definitivas. Y cuando te toca pasar por ahí, no hay más que dejarse llevar por el oleaje hasta que amaine.
No sólo es que no querrás luchar contra las olas, es que tampoco podrás. Y un día, de pronto, te levantarás y te descubrirás pensando en otra cosa y te darás cuenta de que las olas son más pequeñas. Siguen ahí, pero ya no te superan.
Cuando estás en plena tempestad, además de no tener ganas de (casi) nada, hay pocas cosas que te distraigan. Leer ayuda y si lees sobre lo que te está pasando y te ves reflejado en lo que estás leyendo, exactamente, palabra por palabra, te ayudará a comprender mejor tu propio proceso, a través de mirarte en el espejo del otro.
Hay dos libros que he leído y que me han flipado. Con grandes diferencias entre los dos y con un nexo común evidente, el dolor. Son duros, pero no dramáticos.
Los dos libros me los recomendó Molinos y hoy los recomiendo a mi vez:
Una pena en observación, de C.S. Lewis
Gran parte de una desgracia cualquiera consiste, por así decirlo, en la sombra de la desgracia, en la reflexión sobre ella. Es decir en el hecho de que no se limite uno a sufrir, sino que se vea obligado a seguir considerando el hecho de que sufre.
El año del pensamiento mágico, de Joan Didion
Las personas que acaban de perder a alguien tienen una mirada que quizás sólo reconozcan los que han visto esa mirada en su propio rostro. Yo la he visto en mí y ahora la veo en otros. Es una mirada de extrema vulnerabilidad, desnudez y sinceridad. (…) Las personas que han perdido a alguien parecen desnudas porque ellas mismas se creen invisibles.
Ella escribió sobre ambos en dos posts que también recomiendo:
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