Una carta… una carta manuscrita, como las de antaño.
Entras en una papelería, eliges el papel con cuidado. Ni demasiado grueso ni demasiado fino, en su justa medida para poder escribir con roll on a doble cara. Un sobre también, tamaño cuartilla. Es una carta larga. Mejor no doblar mucho el papel cuando esté escrita… Compruebo que tengo tinta suficiente en el boli como para escribir un par de Quijotes. La tengo. Y uno de repuesto para por si acaso, del mismo color.
La forma de escribir cartas ha cambiado mucho. El email es mucho más rápido y, ante la posibilidad de equivocarte, escribes la carta en el ordenador para luego pasarla al papel… Así al menos lo he hecho yo… pero es que es una carta importante en la que no quiero equivocarme. Quiero escribirla con pausa, con buena letra redondilla, bueno, con la que tengo, que es buena y redondilla…
La empiezo diez veces, ninguna me parece suficiente… Al final no me queda más remedio que decidirme… Digo yo que lo importante es el contenido… y no tanto las formas… que yo qué sé de formas y en ese momento no puedo pensar demasiado en ellas.
Según la voy escribiendo me voy relajando y pensando. Me encantaría recibir una carta así. O no… en realidad sería horrible recibir una carta así… O sí, ya que es horrible, por lo menos recibir la carta… y ahí me quedo con mis dudas que me duran y me duran…
Hacía mucho que no escribía una carta y mucho más que no escribía una carta tan larga. Tan larga creo que desde la adolescencia, que es mucho decir. Pero la termino razonablemente satisfecha. Es así. No le sobra ni una coma. ¿O sobran todas? Ay.
Una carta es un pedazo de vida de quien la escribe… Un trozo que te arrancas y lo das y que sigue viviendo en el papel porque tus pensamientos y sentimientos, hechos letra, viajan a otros lugares y provocarán sentimientos y pensamientos en otras personas.
La carta está a punto de llegar…
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