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Una de las peores cosas de ir haciéndote mayor — si no la peor — es cuando empiezas a perder amistades por el camino. Asà es la vida. Nadie dijo que fuera fácil.
La muerte, natural como la vida misma, suele ser escondida en nuestra sociedad. No nos gusta hablar de ella, no nos gusta enseñarla y es muy raro ver a alguien sufrir por la pérdida de un ser querido. En estos tiempos de socialización online extrema, es extraño no encontrar a más gente hablando de la muerte. La verdad es que no creo que se deba a la tendencia a mostrar nuestra cara más feliz, porque no tenemos ningún inconveniente en mostrar cualquier otro suceso triste. Sin embargo, cuando la muerte acecha, nos volvemos tÃmidos y mudos.
La semana pasada, una amiga del colegio murió repentinamente. No fue un accidente ni una enfermedad. Simplemente sucedió.
En nuestro shock, algunos compañeros del colegio tratamos de avisarnos unos a otros sobre el suceso y empezamos, de forma espontánea, a escribir en el muro compartido de ex-alumnos del colegio nuestros recuerdos del tiempo que pasamos juntos. Estos recuerdos compartidos, de algún modo, nos confortaron y espero que también confortaran a sus verdaderos amigos y a su familia.
Su muro de Facebook también se ha llenado de mensajes de condolencia, de apoyo, de incredulidad. Una muestra de cariño que seguro que la familia agradecerá.
Además, la funeraria puso a disposición de la familia una opción para que la gente pudiera enviar condolencias online. Como no vivo en la misma ciudad que ellos ni tengo la confianza como para llamarles por teléfono, enviarles una nota por mail me pareció una opción perfecta para que supieran cómo me sentÃa y acompañarles en el trance.
Esta historia, cercana, me ha hecho pensar en otras que he vivido hace poco y precisamente hoy, 23 de julio, es un dÃa para recordar.
Hoy hace dos años que se murió mi amigo Jeff.
No me enteré en aquel momento, sino en marzo del año siguiente cuando, después de unos cuantos mails no contestados, busqué en Google y me encontré con lo que habÃa pasado.
Después del shock inicial, no estaba muy segura de cómo actuar. Era demasiado tarde, nadie en su mundo esperaba nada de mÃ, porque nadie me conocÃa — o eso pensaba yo.
Asà que actué como me pedÃa el cuerpo. Utilicé internet y las redes sociales para localizar a un amigo que pudiera ayudarme a hacerle llegar una carta a su madre. Le escribÃ, consciente de que mi mensaje podÃa sonarle a chino, y me contestó, encantador, que Jeff habÃa sido su mejor amigo y que por supuesto me iba a ayudar.
TenÃa dos agujeros inmensos: el que habÃa dejado Jeff al irse (con este sigo conviviendo) y la distancia que me separaba de poder compartir mi dolor con las personas que le tenÃan más cerca.
Gracias a las redes sociales pude compartir mi dolor y mi amor con ellos.
Crucé medio mundo para visitar a Jeff en el cementerio el verano pasado. Un trago amargo por el que tenÃa que pasar. Pero en el mismo viaje, también conocà a algunos de sus amigos, Paul y Amie, que se han convertido en amigos mÃos. Y a su madre, con quien sigo en contacto.
El duelo tiene distintas etapas. Si has pasado por un duelo, las reconocerás. Una de estas etapas es la socialización de la pena. Por eso los funerales son importantes, porque es el momento en el que la familia y amigos del difunto se reúnen para hablar de los buenos momentos compartidos.
Gracias a las redes sociales, hoy el mundo es más pequeño. Gracias a las redes sociales, pude socializar mi propia pena con los seres queridos de mi amigo, como una más.
Por este motivo me parecen tan importantes los sitios de recuerdo online y las redes sociales, porque uno nunca sabe ni cuándo ni dónde puede estar alguien que recuerde a tu ser querido y, algunas veces, las historias tienen finales distintos a lo que nos podÃamos haber imaginado.
Donde estés, cowboy, va en tu memoria.