Este pasado fin de semana hice un viaje relámpago a Oviedo. En tren, para más señas… pero estas impresiones ya las dejo para otro día.
Y es que gracias a Facebook nos hemos reencontrado un montón de compañeros de Colegio que estamos dispersos por la geografía nacional (e internacional) y que nos habíamos perdido la pista.
Hacía muchos años que no organizábamos ninguna cena de la promoción (buena cosecha del 91) y entre tres, nos pusimos manos a la obra. La cena fue el sábado pasado. De casi cien, «sólo» fuimos treinta. Aún así, los organizadores lo consideramos un éxito.
Seguimos sin recuperar la pista de mucha gente. Otros viven lejos y les ha sido imposible venir. Otros tenían alguna obligación familiar «ineludible» y los menos, no quisieron venir.
Los que estuvimos encontramos caras muy familiares y poco cambiadas (o eso nos creemos) tras dieciocho años sin vernos. Los que en otro tiempo nunca habíamos hablado, charlamos como si fuera ayer el último día de aquel mayo del 91 en el que terminamos un ciclo para empezar a caminar duro por la vida…
Casualmente, hoy, en los elementos compartidos de Google Reader de JLPrieto, he visto un post escrito por Ramón, que parece pensado para nosotros. Y, aunque la frase no es suya, sino de Javier Marías, me parece imprescindible:
«Este es mi lugar. Estos son mis compañeros primeros, con los que eché a andar por el mundo y con los que conviví a diario durante trece años fundamentales; aquí están las primeras chicas que me gustaron, mis primeros enemigos con los que me pegué en el patio para luego hacer siempre las paces; aquí están mis primeros amigos a los que procuré ser leal, aquí mi primera representación del mundo, en la que aprendí ya casi todo».
Y es que así es…
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