Historia de una gorra

Última noche en Estados Unidos.
Habíamos pasado por Flagstaff, Arizona, y queríamos llegar lo más cerca posible del Skyview del Gran Cañón para que nos diera tiempo a hacer todo lo que queríamos por la mañana antes de devolver el coche y pillar el avión. Así que Selligman nos pareció un buen sitio. Estaba oscureciendo y ya no íbamos a poder disfrutar del paisaje. Salimos de la autopista y paramos en el primer motel que encontramos: el Stagecoach 66 Motel.

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Una foto publicada por Cristina Juesas (@maripuchi) el

«Norwegian owned», humm, sonaba bien. El motel ocupaba un terreno sin asfaltar, con barracones dispuestos en forma de u y parecía añejo. Lo era. Nuestra habitación estaba al fondo y, efectivamente, era vintage. El suelo enmoquetado, el baño un poco descascarillado… Pero era lo de menos: el motel respiraba vida y aventura.
Tras el desembarco en la habitación y la recolocación de ropa y cosas varias en las maletas para dejarlas preparadas para el avión, salimos a investigar y a tomar algo.

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Todo era tan auténtico…
El hotel tenía una pizzería cervecería al lado, mismos dueños. En la barra, un señor de unos 75 años, pelo blanco y largo y una gorra con el escudo de la Route 66 que se nos acercó con la mejor de sus sonrisas. Le pedimos unas cervezas y nos dejamos aconsejar. Estaban excelentes.
Pedimos otra ronda y cambiamos de marca. Mejor que la anterior. Aprovechamos para cenar y entablamos conversación con el camarero.
Era de San Diego y estaba jubilado. Sólo trabajaba un día a la semana en el Motel, cuya dueña era su pareja, porque le gusta la gente que viaja.
Ambos, moteros, se habían conocido en una concentración. La noruega era ella. Como éramos europeos, nos la presentó. Resultó tener un grato recuerdo de la España de los años 60 y nos dijo que había tenido un novio español… «Una sueca», pensó en voz alta mi chico…
Nos contaron muchas cosas sobre la dura vida en la carretera, los trabajos que habían desempeñado. Nosotros también les contamos cosas de nuestro viaje. Un intercambio en toda regla.
Bailamos, cenamos, bebimos… Y en un momento dado, le hice un comentario al señor sobre su gorra: «me encanta» y, ni corto ni perezoso, se la quitó y me la ofreció.
– «Lo siento, no puedo aceptarla tal cual. Muchas gracias.»
Él se fue hacia su chica y, tras comentar algo, volvió con una gorra igual y me dijo. Esta está a la venta, pero te haremos un precio especial.
Una noche especial, un viaje especial y una gorra especial.

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