Estaba el otro día hablando con una amiga sobre «el buen momento«… el buen momento para decidir algo que nos puede cambiar la vida… como, por ejemplo, tener un hijo…
Tener un hijo es una decisión que se procrastina hasta la extenuación por miles de parejas: no tengo trabajo, tengo trabajo pero no es estable, tengo trabajo estable pero estoy pendiente de un ascenso… vivo en una casa pequeña, soy demasiado joven, soy joven, aún tengo tiempo… y pasa el tiempo (más)… y nunca es el buen momento.
Porque las decisiones importantes son así, nunca es un buen momento para tomarlas.
Las decisiones importantes son truculentas, pero no porque lo que tengas que decidir lo sea. Obviamente eso es importante, pero lo que te paraliza y te corta la respiración es la incertidumbre de lo que viene después… ¿y si no sé? ¿y si no puedo? ¿y si no llego? ¿y si…?
Pero como todos sabemos, los «y-sis» son peligrosísimos, porque pueden impedirnos avanzar y, lo que es peor, tener un mínimo de autoestima y ser algo felices… que, chicos, es de lo que se trata…
Claro… por eso lo digo… hay cosas que si las piensas mucho, no las haces jamás…
En el caso del «por si acaso» lo tomo como acto positivo: yo lo hago, sea lo que sea, no vaya a ser que «si pienso» demasiado luego ya no merezca la pena «ni pedir perdón»
Ya… o vale más pedir perdón que pedir permiso, que sería la contraria…
Un amigo siempre decía que vale más un «por si acaso» que «dos penséques»…